Doña oráculo
Margaret Atwood toma la sustancia de su tiempo y la convierte en personajes que a su vez se enmarañan en el papel atrapamoscas del día a día cerrando el espejo del siglo XX. Posiblemente todos los escritores -y hago caso omiso conscientemente de la matización de género porque Margaret Atwood suele salir al paso de cualquier adscripción feminista- aspiren más o menos inconfesadamente a lo mismo, es decir a captar y transmitir el espíritu de su tiempo, pero muy pocos lo consiguen, al menos con tanta perspicacia, con tanta ironía y, paradójicamente, con tanta ternura. Mención aparte merece la exquisita técnica con la que construye tramas, personajes, diálogos, lugares y situaciones. Técnica que pasa absolutamente desapercibida pero que se nutre de un profundo conocimiento no sólo de la literatura sino de su rama sesuda y académica, la crítica literaria, así como de toda la problemática inherente al gesto de narrar. Interrogarse sobre el qué y el cómo del acto narrativo ha sido una de las preocupaciones fundantes de la novela -de las mejores- desde que el género naciera con Cervantes. A la vista de semejantes méritos, no es casual, pues, que se le considere una de las voces más importantes de la literatura anglosajona y posiblemente -en opinión de muchos- la mejor de su país. Candidata al Premio Nobel, ha visto incluida su novela Resurgir (1972) en el polémico -pero administrador de prestigio- canon occidental de Harold Bloom.
Margaret Eleanor Atwood nace en Otawa en 1939 y estudia en las universidades de Toronto, Radcliffe College y Harvard. Para entonces ya llevaba mucha literatura encima pues comenzó a escribir a la poco vista edad de cinco años publicando con 22 su primer libro de poemas Double Persephone. De 1964 a 1973 enseña en diferentes universidades canadienses. Con posterioridad, ha residido en varias ciudades norteamericanas y europeas. Actualmente vive en una granja y tiene una hija. Entre 1985 y 1986 ha presidido el PEN Club canadiense en lengua inglesa. Se le conoce y respeta también por su papel de mediadora entre los distintos nacionalismos culturales canadienses y por la intensa labor que ha desarrollado en defensa de los derechos humanos. Su amplísima obra literaria abarca la novela, el cuento y el ensayo literario. Ha recibido numerosos premios, entre los que cabe destacar el Premio Internacional del Welsh Arts Council en 1982 por el conjunto de su obra.
Javier Mina Astiz